No sé si conoces al Nota, así que te lo voy presentando. Es un tío tranquilo que vive para él y sus cosas, nada más (y nada menos, como si esto fuera fácil). No le importa el dinero y sólo busca estar a su ritmo, ya sabes, que no le toquen mucho los cojones. ¿Ya te suena? ¿No? Porque lo has construído tú, con todas esas cosas que has querido hacer o decir y nunca te has atrevido, podría decirse incluso que vive dentro de ti.
También te quería presentar a Walker, es colega del Nota. Vive obsesionado con el Vietnam porque es el único recuerdo feliz que le queda después de que su mujer le abandonara. Es judío, o dice serlo, y hazme caso, mejor no lo molestes en Sabbat. Además es una auténtica máquina creando prejuicios, para todo y sobre todos ¿Tampoco te suena? Quizás si te digo que también lo has construído tú, con todas y cada una de tus neuras lo ubiques mejor, porque también vive dentro de ti.
Espera, espera, no te vayas. Te presentaré a Dony. No creo que te diga mucho, vive aplastado por un brutal complejo de inferioridad y te dejará hablar cada vez que abras esa boca. Dony es el conjunto de todas las veces que te has callado, de todos tus silencios que han permitido a otros dar el paso. O quizás sea fruto de todas y cada una de las veces que has humillado o ninguneado a cualquiera de la gente con la que compartes tu tiempo, pero eso no lo podremos saber. Eso sí, es obvio que también está dentro de ti.
Los tres se juntan para jugar a los bolos, son algo más que amigos, son personas a las que la vida ha acabado por juntar y eso es un vínculo demasiado fuerte.
Y es que El gran Lebowski no es sólo una película de risa, ni un compendio de momentos brillantes y diálogos geniales; es un bonito homenaje al cine como parte de la vida, como parte de uno mismo, como forma de reflexión vital, como terapia y como estímulo. Irrepetible.