Concurso Dead Island: Riptide, cuarto seleccionado

Silvia Galiana · 29 diciembre, 2018
Cuarto texto seleccionado para conseguir la Zombie Bait Edition que regalamos.

A continuación os presentamos el cuarto de los relatos de nuestro concurso de Dead Island: Riptide, uno de los cinco textos que optará a ganar la espectacular Zombie Bait Edition que regalamos gracias a Koch Media España. ¡Han sido más de 50 los correos recibidos con relatos, así que podéis haceros una idea de lo difícil que nos está resultando decidirnos!

Os recordamos que durante esta semana (desde el lunes hasta el próximo viernes 3 de mayo) estamos publicando los textos de los cinco usuarios seleccionados para conseguir el premio estrella del concurso. El viernes, junto con el último relato, abriremos una encuesta especial para que podáis votar por vuestro favorito.

¡¡Mucha suerte a todos!!

por @Slady90

“Si no has ido al paraíso, entonces es que todavía no has pisado tierra. ¡Sálvese quien pueda! Fdo. Anónimo.”

Recientemente había salido el sol. Ya era agobiante con la resaca que llevaba encima.
Echaba de menos la playa y todavía no me había ido.

Siendo el último día en la isla, decidí pasarme por la tienda de suvenires, cerca de la posada donde pasé la noche. Estuve mirando unos llaveros con diferentes diseños de la isla junto con el título “Paradise Island”. Como siempre, me pareció caro por lo que era. “Los turistas caen, pero yo no.” Éste es mi lema cuando viajo por el mundo.

Seguí contemplando los estantes llenos de trastos inútiles. Comprando alguna tontería, no volvería a mi destino con las manos vacías… Soy una persona poco detallista, así que, finalmente, decidí quedarme con unas postales que había en la entrada. Era lo más barato de la tienda. Antes de marcharme, también compré un par de botellas de agua con gas, natural del lugar, para saciar el calor y el alcohol que llevaba en mis venas.

Al dejarle el billete en la encimera para que se cobrara la compra, me percaté que el dependiente sudaba a borbotones. Hacía un calor tremendo. El mareo hacía que lo viera todo blanco. Incluso aproveché para acercar mi cara al ventilador que había encima del mostrador. Sentir aquel milagroso aire, aunque no muy fresco, me rehabilitaba por segundos.

Al devolverme el cambio, le temblaba tanto la mano al vendedor, que se le cayeron las monedas. Me arrodillé para coger las que habían caído al suelo. Un chaval que estaba esperando para ser atendido, en seguida me ayudó con la que se había colado debajo del mostrador. Me incorporé para coger las que se habían quedado en la encimera.

Repentinamente, oí un extraño rugido seguido por un grito desgarrador. El dependiente ya no estaba delante de mis narices. En milésimas de segundo, vi lo que nunca hubiera podido imaginar fuera de un videojuego. El dependiente estaba encima del chico. Se le estaba comiendo el brazo. Sollozando y gritando a carne viva, el chico me pedía ayuda.

No supe qué hacer. Mis ojos estaban tan paralizados como mi cuerpo, viendo el chorro de sangre brotando del brazo del chico, dejando un charco a su alrededor y salpicando parte del mobiliario. Los gritos se terminaron al primer bocado en la yugular del joven.
Cogí rápidamente la bolsa con mis adquisiciones y salí volando de la tienda hacia la posada.

Todo estaba tranquilo afuera. No me topé con nadie hasta entrar en recepción. Sin poder dejar de pensar en la escena que acababa de presenciar, oyendo de fondo mi respiración agitada, me dirigí a la barra de recepción tocando precipitadamente el timbre de mesa.

Un señor mayor salió por la puerta de acceso para personal autorizado dirigiéndose hacia mí, sonriendo amablemente con la intención de atenderme. No sabía cómo decirle que acababa de ver un homicidio en directo a sólo dos pasos del alojamiento. Simplemente pregunté por mi equipaje que me guardaron anteriormente, pues el primer ferry salía en una hora hacia la costa. Tenía que darme prisa. No quería meterme en problemas. El recepcionista entró otra vez en la sala cerrando la puerta tras él. No me había percatado de su cojera.

Pasaron dos minutos, tres, cinco… ¡Qué calor! Finalmente, grité: “Oiga, ¿necesita ayuda?”. Ninguna respuesta. Tenía que irme. Mi equipaje no era tan pesado. Un maletín lleno de papeles escritos con la información adquirida en mis viajes, para poder editar mi guía turística al volver a casa. También dejé mi mochila, algo más pesada, con el kit de supervivencia, utensilios necesarios para explorar todo tipo de territorios y mi ropa.

Como no había nadie alrededor, decidí ir a buscarlo por mi cuenta. Total, yo ya había pagado y no debía nada a nadie. El recepcionista estaba tumbado bocabajo, desmayado. Fui a socorrerlo. Lo incorporé. Cogí uno de los envases de vidrio que contenía el agua con gas. Quería reanimar al viejo. De repente, abrió los ojos atravesándome con una mirada amenazadora y vacía. Entre grotescas vociferaciones me cogió con una fuerza inhumana el brazo. Ya sabía lo que ocurriría a continuación. Así que, sin pestañear, golpee con fuerza la botella contra el suelo y se la clavé en la sien. Allí lo dejé. Cogí mi equipaje y salí pitando hacia el embarcadero.

Ni rastro del ferry. Sólo un puñado de gente desalmada vagando a mí alrededor. Con miedo, con impotencia, me dirijo hacia la playa con la botella rota todavía en mis manos. Al llegar, me siento en la orilla, saco las postales, escribo e introduzco un mensaje dentro de una botella, ahora vacía, preguntándome si éste será mi último trago. La tapo y la lanzo al mar. Cierro los ojos. Cojo aire con fuerza. “¡Sobreviviré!”

Podéis consultar las bases completas del concurso aquí: Participa en el terrorífico concurso de Dead Island: Riptide

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