Atención, este artículo contiene spoilers de los títulos previos a Metal Gear Solid V: The Phantom Pain, léelo bajo tu propia responsabilidad.
Una vida dedicada a la venganza, eso era todo lo que le quedaba. La perspectiva se lo hizo ver en aquel momento. Pese a leves pinceladas, sus vidas como soldados habían sido tan terriblemente paralelas que resultaba complejo discernir cómo había podido cometer tantos errores. Lealtad a tu país, a la misión, a tus ideales, a tus camaradas. Todo era un vodevil, sutil en su concepción, histriónico en su ejecución. Una macabra comedia en la cual ellos habían sido simples actores ante un guión escrito por unas manos perpetuadas. Miró su miembro artificial y recordó aquel puente.
The Boss vio como caía al vacío, llevándose con él su bandana. Lo advirtió en sus ojos unos instantes antes de arrojarlo a la misma sima donde descansaban los restos de The Sorrow. Todavía era un niño, no había llegado su momento, pero estaba cerca. Debía aprender la lección más dura: a no confiar.
En el campo de batalla los aliados de hoy son los enemigos de mañana. En un mundo hundido en la miseria donde las fronteras política cambian a un ritmo demencial, un soldado es solo una herramienta a manos del gobierno. Anclarse a un ideal es un lujo que no podía permitirse si quería continuar con vida. Debía caer, perder la inocencia. El rapaz debía perecer y resurgir de sus cenizas como un verdadero soldado. Debía elegir en qué clase de hombre quería convertirse.
El bautismo de fuego de Snake se consumaba mientras el Coronel Volgin sonreía ante su nueva adquisición. Al fin se hacía con los servicios de Sokolov y su revolucionario prototipo de tanque; la legendaria Unidad Cobra con The Boss al frente le juraba lealtad y como presente adicional la madre de las fuerzas especiales le obsequiaba con dos lanzaderas portátiles estadounidenses David Crockett armadas con sendas cabezas nucleares. Era la hora de romper con todo y partir a su fortaleza, Groznyj Grad. Su plan para hacerse con las riendas del mundo por fin daba comienzo.
En el helicóptero de extracción, The Boss miraba al vacío y extendía su mano. Quería creer. Sabía que en algún lugar del río que serpenteaba Tselinoyarsk estaba su pupilo, todavía con vida. Algún día, cuando todo hubiese acabado, se sentaría con él y le explicaría todo lo que había ocurrido desde el día en que separaron. Sólo debía sobrevivir y esperar a su regreso.
En la bodega del helicóptero, Volgin observaba fascinado las ofrendas que había recibido. Con Sokolov en su equipo y los fondos del Legado de los Filósofos completaría la construcción del prototipo Sagohod, una suerte de vehículo blindado propulsado que con una pista lo suficientemente extensa sería capaz de aprovechar la velocidad de impulso para incrementar el rango de los misiles balísticos de medio alcance estándares hasta convertirlos en misiles intercontinentales. La ventaja táctica del Sagohod residía en su movilidad. Su reducido tamaño y la sencillez para transportarlo le otorgaba un plus de camuflaje capaz de hacerlo indetectable a ojos del enemigo. Cualquier pista de aterrizaje del mundo podría servirle como lanzadera.
Con la tecnología a pleno rendimiento, Volgin podría deslocalizar los enormes silos, continuamente monitorizados por los radares enemigos y lanzar un ataque nuclear sorpresa desde cualquier región del planeta. Necesitaba tiempo, y sabía que tanto la URSS como los Estados Unidos no tardarían en ir tras él. Debía ganar algo de margen e intuía con exactitud el mejor medio para lograrlo.
Generar confusión, borrar pruebas y empujar a ambas potencias hasta el borde un conflicto internacional que les obligara a invertir inestimables horas en tensas conversaciones de estado. Un misil nuclear norteamericano en el corazón del territorio soviético, sobre unas instalaciones de la KGB donde se escondía al hombre que fue el centro de negociaciones durante la crisis de los misiles cubanos. Volgin tomó en sus manos uno de los misiles David Crockett que The Boss le había entregado como ofrenda de su compromiso y abrió la portezuela del helicóptero.
Horrorizados todos los ocupantes del aparato vieron como el Coronel lanzaba el misil, detonándolo sobre las construcciones de las servicios secretos rusos en la lejanía. Un fúnebre silencio se vio precedido por el brutal estruendo de la detonación, acompañada del característico hongo nuclear al que no tardaba en elevarse sobre el territorio que abandonaban. El fuego destructor ocasionó un cráter humeante que podía avistarse desde kilómetros a la redonda.
La misión, tal como había sido concebida, se había acabado para The Boss. Nadie podía prever que Volgin lanzara un misil nuclear americano sobre su propia patria. Inmediatamente comprendió que un suceso así no se podría ocultar ante la opinión pública. Los Estados Unidos de América tenían pocas opciones, se desvincularían del suceso achacándole a la madre de las fuerzas especiales la autoría de los hechos ocurridos debido a su deserción. De un plumazo había perdido a todos sus aliados y cualquier posibilidad de regresar a su patria con vida. A partir de ese preciso instante sería considerada la peor traidora de la historia norteamericana.
Desde el lecho del río, Snake contemplaba el espectáculo de fuegos artificiales. Su cuerpo estaba deshecho. Apenas había logrado sobrevivir y utilizaba los consejos de Para Medic para tratar de realizarse cirugía de emergencia. Necesitaba una extracción de urgencia del lugar, o terminaría por fenecer víctima de sus numerosas heridas. Su misión había fracasado. Volvía a casa.
Las respuestas no se hicieron esperar. La URSS oficialmente clamaba al cielo exigiendo venganza. Los Estados Unidos paralizados trataban horrorizados de desligarse del suceso. El mecanismo para la guerra estaba plenamente dispuesto y los hombres claves sentados junto al botón del pánico esperando recibir la orden de iniciar un holocausto nuclear. El teléfono rojo, recién instalado en el despacho oval se convertía en el centro neurálgico de la civilización moderna, pendiente de recibir la llamada más importante de la historia de la humanidad. Su mecanismo interno no tardó en repiquetear con furia. Una línea directa conectaba a los dos presidentes.
Khrushchev fue claro en sus exigencias. Minutos antes del ataque nuclear sus radares habían detectado una aeronave estadounidense cruzando sus fronteras, una violación flagrante del acuerdo de paz firmado durante la crisis de los misiles cubanos. La réplica de Johnson, según lo planeado, refirió la deserción de The Boss como el detonante del conflicto aludiendo a sus recientes contactos con Volgin quien según informes de las agencias secretas planeaba traicionar a su país. Sorpresivamente, el presidente soviético no mostró ningún tipo de desconcierto, conocía los planes del coronel pero no esperaba una ejecución tan rotunda.
Era plenamente consciente de que asumir ante su pueblo que uno de sus oficiales más laureados había desertado crearía todo tipo de revueltas. Las tensiones en el seno del ejército rojo eran más que palpables y Khrushchev poco a poco cedía el control. Temía una revolución que acabara por derrocarlo. Si era cierto que la administración Johnson no había tenido nada que ver, debía demostrarlo. La cabeza nuclear restante debía ser recuperada, The Boss debía morir y al mismo tiempo Volgin debía desaparecer del mapa. Sus demandas se elevaron con fuerza, no podría detener permanentemente a sus generales, sedientos de sangre ante el ataque norteamericano. Si el presidente soviético caía, la Tercera Guerra Mundial sería inevitable.
La CIA nuevamente tomaba las riendas y Hot Coldman daba una vuelta de tuerca a su plan original para recuperar el Legado de los Filósofos. Cumplirían las exigencias de Khrushchev: recuperar el David Crockett restante, acabar con Volgin, eliminar de una vez por todas a The Boss… Las ruedas del destino jugaban a su favor, sabía que la lealtad de la madre de las fuerzas especiales sería férrea y entregaría su vida por la misión. Al viejo estilo de las agencias secretas cubrirían el objetivo real con una nueva misión secundaria y de un solo golpe eliminarían a todos los implicados.
Desde hacía tiempo la CIA tenía una espina clavada de The Boss, que una y otra vez se había cruzado en su camino ridiculizando en todo momento las aptitudes de la agencia. Coldman era consciente de que se daría cuenta de lo que estaba ocurriendo, pero el plan era lo suficientemente sólido como para acorralarla como a un animal enjaulado. No tendría otra opción que participar en la farsa, pero nunca estaba de más jugar con la baraja marcada. Para evitar que se rebelara contra ellos sólo necesitaría un buen incentivo que disipara cualquier duda que pudiese generar una alternativa de deserción real. Continuaría el vodevil. Enviaría a su pupilo a acabar con ella. Cerraría el círculo.
Del camastro de un hospital a un dron de despliegue táctico. Apenas se tenía en pie, pero la misión requería que volviese al campo de batalla. El fracaso de la Misión Virtuosa había puesto a Zero y Snake contra las cuerdas. Habían cedido a su objetivo, concediendo que The Boss desertara y entregara material militar estadounidense al enemigo. En su rescate de emergencia, su aeronave había sido detectada por los radares soviéticos lo cual convertía a los Estados Unidos de América en virtuales culpables del ataque nuclear.
El resultado de su operación les transfiguraba en los máximos responsables de la situación actual. Ellos tendrían que encargarse de solucionarlo, o se enfrentarían a un tribunal militar donde la ejecución era opción más plausible. Morir en el campo de batalla o hacerlo en el cadalso. La serpiente volvía a reptar por Tselinoyarsk esta vez bajo el manto de la operación Snake Eater.
The Boss estaba al tanto de todo el plan y le preparó una cálida bienvenida a su discípulo. A lomos de un majestuoso caballo se presentó ante él en el mismo lugar en el que su dron había aterrizado. Volvió a reconocer la duda en sus ojos, había dejado al niño atrás pero todavía necesitaba recorrer la senda del guerrero para terminar aspirando a ser una serpiente. Lo motivó como sólo ella sabía. Demostró su superioridad. En un ágil gesto lo desarmó, desmontando su arma y lanzándolo contra el suelo. Le instó a rendirse, a volver con el rabo entre las piernas. Jamás podría derrotarla. Puso en duda su lealtad. Su misión. Sus ideales. No le permitió un respiro. Lo abandonó a su suerte, tendido en el suelo no sin antes hacer arder los restos del dron para dar aviso a los soldados de Volgin. Se convirtió en su peor enemiga. Debía serlo, por su bien.
Las cartas estaban sobre la mesa, solo restaba jugar la partida. En su corcel blanco regresó a Groznyj Grad. Apenas una semana de convivencia le había bastado para granjearse la plena confianza del Coronel. Supo lidiar con su ira tras informarle de que el encuentro con Snake, su pupilo, no había dado sus frutos. Había escapado de la emboscada, pero tan solo era un hombre perdido en una jungla infinita. Rodeado de enemigos y todo tipo de criaturas hostiles. Tarde o temprano caería. Una pequeña victoria no suponía nada. Volgin demandó que fuese su recién recuperado pelotón el que personalmente se encargara de acabar con Jack. Su gesto, frío como el hielo, no cambió. Asintió. Enviaría a la legendaria Unidad Cobra tras los pasos de Snake. Los sacrificaría en pos del éxito de su misión.
Las horas pasaban, mientras acompañaba a su benefactor de camino al hangar donde Sokolov daba los últimos retoques al Sagohod. El Mayor Ocelot entró hecho una furia a la habitación en la que reposaba. Una vez más había ido al encuentro de Snake, acorralándolo junto a la grieta de un río subterráneo. En un mano a mano había retado al soldado a un enfrentamiento directo, separados por el vacío. Le tenía. Pidió que nadie en su unidad interfiriera. Y cuando se encontraba deleitándose del climax de su enfrentamiento, The Pain hizo acto de aparición interrumpiendo con sus avispones el combate. Snake había huido saltando a la brecha y su pista se había vuelto a desvanecer. Tras los lamentos del Mayor, The Boss comprendió que la ausencia de noticias desde entonces significaba que Jack había acabado con The Pain. El segundo Cobra había caído.
Voyevoda sintió la muerte de su camarada como una punzada en lo más profundo de su corazón. El honor de la unidad quedaba mancillado ante el ímpetu de un joven arrogante, pero en el fondo sabía que era así como debía ser. Por el bien de su patria, de sus congéneres, de su cometido… debía mantenerse leal a la misión. Continuaría adelante con el plan. Envió a The Fear y a The End a tender una emboscada, sabiendo que ambos se encaminaban a una muerte segura.
Snake crecía con cada paso que daba. Las acrobacias y trampas de The Fear no supusieron un problema para su habilidad. Comprendió sus patrones de movimiento, cómo se camuflaba y cómo se alimentaba para reponer energías. Colocó sus propios cebos. Se enfrentó a él cara a cara e incluso logró evitar los dardos envenenados que constantemente le lanzaba. El veterano Cobra gritó horrorizado comprendiendo que su fin había llegado. Herido de muerte, sacrificó su vida haciendo explotar su cuerpo en una miríada de flechas. No logró alcanzarlo.
Imparable continuó la senda de ascenso que tarde o temprano le llevaría ante su maestra. Poco más adelante, en la inmensidad del bosque de Tselynoyarsk su instinto le avisó que algo no iba bien. Se detuvo en seco observando sus alrededores en busca de un peligro inminente. En la lejanía, la voz de The End le agradecía la oportunidad de regresar para cobrarse una última víctima. No lograba localizarlo a simple vista, pero Snake comprendió que el francotirador legendario de la Unidad Cobra había cometido un error de novato. No sólo no había aprovechado su ventaja para realizar un disparo por sorpresa si no que se había delatado. Su camuflaje era perfecto, era prácticamente imposible verle entre la maleza, pero sabía que en algún lugar del bosque habrían un rastro que le llevaría hasta él.
Un duelo de leyenda entre dos de los mejores francotiradores se fraguaba en la espesura. Nadie fue testigo de lo ocurrido allí. Durante horas, el susurro de la fauna autóctona de la región acompañó a The End y Naked Snake en un enfrentamiento en el que pusieron en juego toda su paciencia y habilidad. Un único disparo rompió el silencio. The End se tambaleó y cayó al suelo herido de muerte.
Uno tras otro. La Unidad Cobra, terriblemente diezmada no lograba poner fin al avance de Snake. Groznyj Grad se había convertido en una especie de obsesión para él y tarde o temprano la alcanzaría. Cruzó selvas, pantanos. Avanzó por las instalaciones subterráneas y trepó a lo alto de la montaña que le separaba de su objetivo. En el horizonte por fin pudo divisar la fortaleza. Supo que su momento se acercaba.
The Fury, el último miembro con vida de la Unidad Cobra, trató de detenerle en las alcantarillas. Snake contrarrestó el fuego con oscuridad. Se ocultó en las sombras en todo momento mientras el veterano balanceaba su lanzallamas haciendo arder los pasillos de la habitación. Vio como las llamas brotaban sin cesar de las esquinas en las que se escondía, hasta que finalmente consiguió alcanzar a su objetivo desprevenido.
El eco de una explosión en la lejanía advirtió a The Boss que el último de sus camaradas había caído. El reencuentro con su pupilo no tardaría en producirse. Estaba completamente segura.
Metal Gear Briefing 001: Voyevoda
Metal Gear Briefing 002: Cobra
Metal Gear Briefing 003: Mercury Lady
Metal Gear Briefing 004: Virtuous
Metal Gear Briefing 005: Snake Eater
Metal Gear Briefing 006: Shagohod