Metal Gear Briefing 004: Virtuous

Pedro Amoraga · 29 diciembre, 2018
Lealtad hasta el final (Parte 1). El puente que selló dos destinos

Atención, este artículo contiene spoilers de los títulos previos a Metal Gear Solid V: The Phantom Pain, léelo bajo tu propia responsabilidad.

Una imagen grabada a fuego en la retina. La infinita oscuridad es lo único que ambos recuerdan, su caída en desgracia y qué fue lo que vieron antes de caer. Caminan, heridos, rodeados de los cadáveres de la gente que alguna vez significó algo para ellos. Muertos en vida, atados a una existencia que se niega a dejarlos marchar. Todavía podían marcar la diferencia…

Había llegado la hora de saldar cuentas, alguien debía pagar por el fracaso de la misión. Los retrasos acumulados por los despropósitos del espionaje en la Unión Soviética habían propiciado que el inicio del Proyecto Mercurio terminara en desastre y todas las miradas apuntaban inequívocamente a The Boss como principal responsable. Era demasiado tarde, el daño ya estaba infringido, ahora sería su trabajo encargarse de limpiar los desperdicios.

Sobre su mesa no tardó en aparecer un informe, tan claro como conciso. Objetivo de prioridad uno. Había llegado la hora de ocuparse de los cabos sueltos y deshacerse del agente que había desertado a favor de los soviéticos. Segundo objetivo, acabar con el agente especial soviético que se había encargado de captar al espía para hacerlo cambiar de bando: The Sorrow.

The Boss estaba segura que la implicación del padre de su hijo se debía nuevamente a una jugada maestra de los Filósofos y los servicios secretos. El grupo nuevamente se cruzaba en su camino, había traicionado a The Sorrow, enviándolo a una misión en la que le ocultaron los principales detalles. Colocar a The Boss contra la espada en la pared en su propio país, empujarla al borde la locura al enviar al progenitor de su vástago a destruir su avance.

El médium había ejecutado su misión como acostumbraba, de forma rutinaria y metódica, depositando una fe ciega en sus superiores sin conocer que al final del cañón que estaba empuñando se encontraba la mujer que lo había significado todo para él. No había escapatoria posible, ante sus correspondientes informes ambos comprendieron que sus respectivas misiones les llevaban a una decisión que les resultaría insoportable: uno de los dos debía morir o los Filósofos se asegurarían de que fuese su hijo el que lo hiciese.

Tselynoyarsk sirvió como punto de encuentro para los dos amantes. No había lugar para reproches, sólo eran dos soldados en bandos contrarios cumpliendo órdenes. En cuanto la vio, The Sorrow supo que no podía hacerlo, era incapaz de acabar con el amor de su vida. Trató de convencerla de que por el bien de su hijo en común y los restos de la Unidad Cobra él era quien debía morir sobre aquel maldito puente. Ella no tuvo más remedio que aceptar. Otro sacrificio más en su camino. Levantó firmemente la pistola y segundos después el médium se desplomaba con un orificio de bala en su rostro. Adamska viviría, pero el primer Cobra había caído.

Ella, que había visto la tierra desde el globo terráqueo desde el firmamento, donde sólo otro hombre había estado, había comprendido lo errado de su camino. Pero sobretodo había comprendido el peso que sus acciones podían tener en el mundo actual. No volvería a vacilar. Jamás pondría en duda la misión. Lo había perdido todo. Sabía que su único sino era mantenerse firme, aferrándose a la particular senda que eligió el día que abandonó los Filósofos. Lealtad a su patria, lealtad a la misión, lealtad hasta el final. Se encaminó a la espesura dejando atrás la fatídica plataforma en la que su camarada había entregado su vida. Juró no volver jamás a aquel lugar. Fue en vano.

1962. La maquinaria de la Guerra Fría, ya perfectamente engrasada, continúa devorando a la humanidad y la separación entre ambos bandos es insalvable. Tras las derrotas iniciales en la carrera espacial, la administración Kennedy fija su objetivo en colocar al primer hombre en la Luna. Un ambiente de tensa tranquilidad reina entre ambos bandos hasta que a mediados de año un avión espía estadounidense U-2 sobrevuela el territorio cubano, capturando unas imágenes perturbadoras. Un grupo de baterías de misiles soviéticas se están instalando en el firme caribeño, apuntando directamente al territorio americano.

Bombardear al enemigo desde larga distancia, ése era el verdadero objetivo de la carrera espacial. Con los misiles soviéticos instalados en Cuba, el centro capitalista quedaba a merced de misiles de medio alcance. El puño se alzaba furioso sobre el temido botón rojo del pánico y daba comienzo lo que años más tarde sería conocido como la Crisis de los Misiles en Cuba.

Las acciones no se hicieron esperar por parte del bloque capitalista. Kennedy ordenó un bloqueo naval a la isla, acto que tensó una cuerda que restallaba como un látigo sobre las costillas del presidente Nikita Jrushchov. Como respuesta, navíos de la armada roja partían en busca de una ruptura al cerco.

Milla a milla. Nudo a nudo. La inminente batalla naval entre ambas superpotencias copaba la atención del planeta. Nuevamente el titiritero hacía danzar a sus marionetas ante el público, mientras tras el telón los servicios secretos pugnaban por el verdadero objetivo de todo el conflicto. La KGB enviaba un escueto comunicado a su homóloga en el país de la libertad con una sola condición para el cese de las hostilidades y la retirada de los misiles: el retorno a tierra soviética de Nikolai Stepanovich Sokolov.

Proclamado como el más brillante de todos los científicos soviéticos. Una auténtica leyenda viva dentro del grupo de ingenieros a cargo del desarrollo de los cohetes Vostok A-1. Unos meses antes, Sokolov había realizado una petición de asilo político para poco después ser extraído con éxito del territorio ruso por el agente David Oh. Su libertad llegaba a su fin abruptamente con la demanda de extradición. Debía regresar a su patria incondicionalmente si estaban dispuestos a detener el holocausto nuclear. La armada roja reducía la velocidad a la espera de una respuesta que no tardó en llegar. Afirmativo.

Apenas una semana más tarde, Zero cruzaba de nuevo el telón de acero junto al científico, abandonándolo a su suerte pero no si antes prometerle que regresaría por él. Impotente vio como se alejaba, cayendo de nuevo en las garras del comunismo. La Crisis de Octubre, como fue conocida por los habitantes de la isla, tocaba a su fin el 28 de octubre de 1962.

El retorno de Sokolov a la tierra que le vio nacer supuso un duro golpe para las aspiraciones espaciales de la administración Kennedy. Una puerta se cerraba e inesperadamente un ventanal que nadie podía imaginar se abrió.

Un invitado imprevisto, el coronel del GRU Yevgeny Borisovitch Volgin, hacía acto de aparición interesándose por los servicios del científico ahora en manos de la KGB. A ojos del mundo, era un simple oficial rojo en busca de nuevos juguetes con los que hacer la guerra. Sólo unos pocos conocían la verdad. El Coronel era el hijo de Boris Volgin, antiguo administrador de las cuentas de los Filósofos, considerado por las tres vertientes del grupo como el traidor que sustrajo la totalidad del Legado de los Filósofos.

Un cúmulo de fondos aportado durante el conflicto europeo por los Filósofos de Estados Unidos, la URSS y China con el propósito de cubrir sus espaldas en caso de futura necesidad. Una cantidad capaz de sufragar hasta cinco veces la mismísima Segunda Guerra Mundial y el origen de financiación de los grandes proyectos del grupo. El Legado despareció en su totalidad cuando Boris Volgin, encargado de blanquear el dinero, decidió redistribuirlo a su voluntad y propio beneficio por miles de bancos y fondos de inversión del planeta hasta borrar completamente su rastro. Tras su muerte, su vástago, heredaba el microfilm en el cual se encontraba registrado el paradero del patrimonio.

Con la fortuna en sus manos, el Coronel no tardaría en empezar a invertir en sus propios intereses. Proyectos armamentísticos de última generación, instalaciones de desarrollo equipadas con la tecnología más punteras, contratos a científicos de primerísimo nivel. La economía de la guerra fluía con avidez, algo que no pasó desapercibido a los ojos de los servicios secretos. El Legado de los Filósofos finalmente había reaparecido, era hora de volver al campo de batalla y recuperarlo.

Un historial de continuas pérdidas y reiteradas traiciones padecidas. La reputación de un soldado legendario que había sido injustamente manchada por los últimos fracasos de la carrera espacial. Los contactos necesarios dentro de los remanentes de los Filósofos para conseguir todo tipo de contratos e información privilegiada. El perfil de The Boss encajaba como un guante. Ella debía representar a los Estados Unidos en la operación por el Legado de los Filósofos. Debía acercarse a Volgin, desertar a su favor, convertirse en su mano derecha. Debía recuperar el microfilm.

La CIA dio luz verde a la misión. Volgin ansiaba sobretodo hacerse con los servicios de Sokolov, que tras ser restituido a su patria se encontraba preso por los servicios de seguridad rusos. Le darían lo que buscaba. Prepararían una cortina de humo enviando al grupo de fuerzas especiales FOX como señuelo a recuperar al profesor Sokolov. The Boss reuniría de nuevo a la Unidad Cobra y sería la encargada de frustrar la misión rescate en persona. Por último arrebatarían al científico de las manos de sus salvadores para entregárselo directamente al Coronel Volgin y ganarse su confianza.

Sólo el director de la CIA, su mano derecha y The Boss conocerían la realidad de la misión. FOX, la Unidad Cobra, el gobierno estadounidense… serían meros peones que participarían en una partida de ajedrez de la cual no tendrían constancia en ningún momento.

En agosto de 1964 un bombardero MC-130E sobrevuela finalmente Tselinoyarsk, a suficiente altura como para no ser detectados por los radares soviéticos. La región que se había cobrado la vida de The Sorrow volvía a convertirse en escenario para la función que se disponía. Los hilos volvían a tensarse y el maestro titiritero sonreía lúgubre desde su cómoda posición sobre el escenario.

En la oscura bodega de la aeronave, Jack disfruta de su habano mientras por radio escucha cómo el Mayor Zero repasa los últimos flecos de la misión. Ha llegado la hora. Ante la insistencia de su superior, se coloca la máscara de oxigeno no sin antes hacer una mueca al no poder terminar de saborear su puro hasta el final.

La luz roja se enciende. Jack se levanta y camina hacia la trampilla trasera, que se abre dejando entrar los primeros destellos del amanecer. Ante él, el primer salto HALO de la historia. Arropado por las enseñanzas de su mentora él tampoco titubea. El indicador rojo cambia a verde. La cuenta atrás se reduce hasta llegar a cero. “¡Abre tus alas y a volar! ¡Ve con Dios!”. Jack salta con elegancia. Minutos más tarde aterriza en un claro en un bosque de la región.

Tan exquisito como el funcionamiento de un reloj. Una misión de infiltración en la que bajo ningún concepto debía dejar ningún rastro de su estancia. Si era atrapado, el gobierno negaría cualquier tipo de implicación en la operación y su destino estaría sellado. Su repercusión era lo suficientemente importante como para que incluso The Boss tomara cartas en el asunto, reapareciendo en su vida para asesorarle en su misión por radio. Unos consejos básicos de supervivencia, un breve recordatorio del uso del CQC y los inevitables reproches por la brusca forma en la que ambos se distanciaron. La Misión Virtuosa daba comienzo.

El plan estaba perfectamente trazado. En apenas unas horas el recién bautizado Naked Snake sorteaba sin dificultad las tropas de la KGB para terminar alcanzando su objetivo. La profesionalidad del soldado quedaba patente a cada paso, aprovechando cada recoveco y oportunidad que se le presentaba. Al final del camino, un joven soldado y su unidad de élite le esperaban para detenerle. Danzó con ellos aplicando el conocimiento adquirido por las miles de horas de entrenamiento con su mentora. En apenas un segundo estaba rodeado de un puñado de hombres magullados incapaces de defenderse. No había necesidad de acabar con sus vidas, marchó orgulloso no sin antes acercarse a su líder para elogiar sus aptitudes con la pistola.

Con el científico a buen resguardo, sólo restaba alcanzar el punto de encuentro donde serían extraídos mediante el sistema Fulton. El destino los había separado y ahora había llegado el momento de volverlos a unir. La madre de las fuerzas especiales se dirigía de nuevo con paso firme al puente que juró jamás volvería a pisar.

Naked Snake pudo discernir la silueta de su mentora, que caminaba hacia él cargando dos maletines en los que se distinguía claramente el emblema del ejército americano. Los dejó caer sobre la tarima, haciendo tambalear el puente. Su actitud era claramente hostil.

Finalmente volvían a estar frente a frente. No había lugar para reproches, sólo eran dos soldados en bandos contrarios cumpliendo órdenes.

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