Atención, este artículo contiene spoilers de los títulos previos a Metal Gear Solid V: The Phantom Pain, léelo bajo tu propia responsabilidad.
Cuando se está al borde del abismo es inevitable echar la vista atrás. Observa con resignación los pasos que le han conducido hasta el precipicio. No tarda en aceptar que hay una razón por la cual ha llegado al final de su camino. Ni un ápice de remordimiento, se resigna, éste es su destino y está decidido a afrontarlo. Con todas las consecuencias.
Para aquel que liga su vida al campo de batalla es común que sean las nimiedades, las pequeñas decisiones o el azar los que decidan quien continúa en pie y quien muere. ¿Fue fruto del destino o una simple casualidad que mentora y pupilo se conocieran cuando ambos más lo necesitaban? A simple vista, apenas era un chiquillo, un adolescente con toda la vida por delante pero que había decidido vender su alma para convertirse en soldado. Apenas curtido en la reciente guerra de Corea y los Boinas Verdes, The Boss vio inmediatamente en el fulgor de sus ojos que había nacido para convertirse en leyenda.
La lealtad hacia su país le había hecho renunciar a todo lo que poseía. Sus camaradas eran ahora enemigos y había entregado a su vástago a los Filósofos por el amor a su patria. No tenía nada y sin embargo aquel fulgor la atraía, la hacía sentir viva, volvía a sentir esperanza y su espíritu combativo ardía con furia nuevamente. Ante ella se erguía un joven que era digno y capaz de continuar con su legado. Su llama finalmente no se extinguiría en la oscuridad, pues su sucesor sería el encargado de avivarla para traer la luz al mundo… o alimentarla con odio hasta que su intensidad redujese todo a cenizas.
La década de los cincuenta, The Boss y Jack gestaron un vínculo que trascendería la relación entre maestra y discípulo. Más que amigos, soldados o incluso amantes, aquellos años de intenso entrenamiento mientras desarrollaban juntos el estilo de combate CQC terminarían por templar sus caracteres hasta forjar una imperecedera arma de doble filo cuya filigrana cobraba sentido en la unión espiritual de ambos. Pese a que su implicación para con su país nunca cesó, cada momento con su pupilo complementaba su solitaria existencia aportándole un lugar en el que volcar sus experiencias.
La relativa tranquilidad que había legado la caída de las potencias del eje y el imperio nipón, dejaba poco a poco retazos de un nuevo conflicto que se avecinaba. Pequeñas guerras y diferencias entre los vencedores, países secundarios que elegían un bando u otro, revoluciones obreras que desembocaban en numerosas guerras civiles… La guerra fría avanzaba lenta pero firmemente, sesgando las relaciones entre occidente y el telón de acero mientras generaba poco a poco una tensión cada vez más palpable.
La Bomba se convertía en la reina de corazones, que engalanada por sus súbditos hacía balancear un péndulo mortal que terminaría por cobrarse la vida del bando perdedor. Más potencia, más alcance. Armas indetectables, imposibles de detener. Como una plaga bíblica, capitalistas y comunistas tomaban el rol del ángel caído, ávidos por alcanzar el firmamento desde donde derramarían sangre y fuego en forma de una lluvia radioactiva destinada a erradicar a su rival. Los cohetes saltaban finalmente a la palestra como el complemento definitivo a la Bomba, un arma que se enmascaraba ante el público bajo la apariencia de un reto que demostraría ante todos claramente el alcance de los ideales que cada uno defendía: la carrera espacial.
El año 1957 el Sputnik 1 se elevaba rumbo al espacio a lomos de un robusto cohete R-7, otorgándole a la unión soviética el honor de ser el primer estado que lograba poner en órbita un satélite artificial. El panorama americano atónito e impotente observaba cómo el capitalismo perdía la primera batalla ante el comunismo, cediendo apenas un mes más tarde el segundo asalto mientras Laika surcaba los cielos a bordo del Sputnik 2, convirtiéndose así en el primer ser vivo que abandonaba el planeta. Ante el desafío, el presidente Dwight D. Eisenhower respondía inmediatamente con la creación de la NASA.
Pese a la inversión inicial, los estadounidenses eran plenamente conscientes de que la ventaja soviética era demasiado grande y necesitaría de sus mejores agentes para boicotear y obtener información del enemigo. The Boss debía volver al frente para servir a su país, era la mejor preparada para una misión cuya naturaleza impediría incluso que pudiese despedirse de su apreciado discípulo. El 12 de junio de 1959, su camino se separaba definitivamente del de Jack. No miró atrás.
La experiencia de la madre de las fuerzas especiales no tardó en dar frutos y sus primeras pesquisas la llevaron a una fuente de información fiable. Con los objetivos frente a ella sólo necesitaba los medios para ejecutar su plan. Había logrado en apenas un mes lo que los servicios secretos estadounidenses llevaban años intentando, algo que no gustó especialmente a la CIA. La agencia estadounidense, herida, nuevamente iniciaba una campaña en su contra, reduciendo drásticamente los fondos que recibía The Boss hasta llevarla al extremo de necesitar depender de sus contactos en los Filósofos para conseguir financiación y salir adelante con su misión. A cada paso que daba la agencia trataba de demeritar sus acciones y adjudicarse sus logros, obstaculizando sus avances continuamente.
Caminaba sobre el filo de la navaja, donde cualquier paso en falso podía significar la muerte, cegada por el amor a su patria que tanto dolor le trajo en su juventud. Las balas siseaban frente a ella y a sus espaldas se escuchaba un continuo fuego amigo que sabía que tarde o temprano acabaría por alcanzarla. Pero el final de su misión estaba ahí, podía sentirlo, casi palparlo, paso a paso lograba acercarse a lo que parecía un revolucionario sistema soviético que podía dar un mazazo devastador a las aspiraciones americanas en la carrera o un vuelco a su favor si lograba detenerlo.
El fuego amigo se intensificaba a cada nuevo descubrimiento y finalmente ocurrió lo inevitable. El agente infiltrado por The Boss, presionado por ambos bandos, desertaba a favor de la unión soviética exponiendo ante el enemigo sus pesquisas y obligándola a realizar personalmente una operación de infiltración de urgencia en territorio hostil para tratar de minimizar las pérdidas. Pese a contar con todo en contra, logró hacerse con los planos que buscaba. En ellos se encontraban lo que parecían unos simples bocetos de una suerte de módulo adicional de funcionalidad incierta que debía implantarse en lo que se asemejaba a un satélite Sputnik estándar.
Nuevamente la CIA restó credibilidad a su descubrimiento. La idea de que un único agente americano se infiltrara en unas instalaciones secretas soviéticas y lograra robar los planos de un prototipo resultaba poco veraz e incluso absurdo ante los ojos de la administración. The Boss, caída en desgracia, fue acusada de crear una serie de falacias con el único fin de enaltecer su ego y recuperar el mérito perdido. Sus descubrimientos fueron de este modo desechados y Voyevoda ridiculizada.
La información, no obstante, era en gran parte real y el tiempo perdido por la agencia estadounidense permitió al ejército rojo avanzar lo suficiente en el desarrollo de su módulo eyectable de retorno como para plantearse la posibilidad de mandar al primer hombre al espacio. La distancia entre ambos contendientes volvía a aumentar y las calumnias vertidas hacia la madre de las fuerzas especiales daban sus frutos, tapando los continuos errores de la CIA para convertirla a ella en la principal responsable del fracaso a ojos de la opinión pública.
Una vez más contra las cuerdas, The Boss regresaba a su patria para ser reasignada al Proyecto Mercury. Los soviéticos ya tenían el primer satélite y el primer ser vivo en el espacio entre sus méritos. No podían volver a fallar. Eisenhower necesitaba que el primer ser humano en órbita fuera estadounidense, algo que en la precaria situación en la que se encontraban no podía realizarse con los medios convencionales. Los dedos volvieron a levantarse señalándola a ella. Sus capacidades físicas y habitual perfil bajo la convertían en la candidata ideal para liderar el proyecto desde la sombras. Nuevamente aceptó sin dudarlo.
Fue sometida a innumerables pruebas confidenciales que la llevaban una y otra vez al borde los límites humanos. Soportó un sufrimiento continuo por el bien de sus congéneres, que vieron día tras día como su entereza les impregnaba de optimismo. Con ella al frente lo imposible se volvía a posible, podía lograrse. A ojos del personal del proyecto, The Boss se había convertido en la madre y benefactora de los Mercury Seven.
Pero el tiempo corría en su contra. Como contramedida al inminente lanzamiento del Vostok 1, la agencia espacial estadounidense decidió apostarlo todo a un lanzamiento suicida con los medios disponibles con tal de tratar de adelantar a su máximo rival. Todo el ejercicio se realizaría en el más estricto secreto y sólo se publicarían los resultados en caso de resultar la misión un éxito. Desde el primer minuto, era conocido que las posibilidades de retorno eran mínimas, pero The Boss no titubeó para presentarse voluntaria. Había llegado su momento.
El lanzamiento se produjo sin mayor complicación, llevando el módulo a la órbita terrestre para convertirla en el primer ser humano que viajaba al cosmos. En su asiento, en soledad, comprendió que nada de lo que había hecho hasta ese momento tenía sentido, los numerosos conflictos en los que había participado, todos los enemigos con los que había acabado, todos sus sacrificios… Pudo observar cómo la tierra giraba lentamente, no existía ninguna frontera, sólo era un solitario guijarro añil que brillaba en el firmamento. Su objetivo en todo momento había sido preservar a los suyos, pero desde aquella posición no se podía discernir quien era quien. Su sueño cambió, ya no tenía ninguna razón de ser, en aquel momento comprendió que debían desaparecer las fronteras para lograr unir a la humanidad.
El 12 de septiembre de 1961, mientras Yuri Gagarin iniciaba su despegue, The Boss volvía de su viaje. En su descenso hacia el infinito azul, notó que algo no iba bien. La ventanilla que le había permitido observar la Tierra era un añadido a la cápsula con el objetivo de que en caso de éxito de la misión se pudiesen transmitir imágenes. Lo que el equipo de ingenieros no concibió es que su inclusión de última hora había creado un punto crítico en la estructura. Con el calor de la fricción de la reentrada, el cristal terminaría fracturándose, desviando la trayectoria lo suficiente como para crear un fallo general en la cápsula que amerizó violentamente en el océano.
Ella y sólo ella era la prueba viviente del hito. Apenas logró salir con vida. Su cuerpo con severas quemaduras por la radiación cósmica y el calor de la entrada fue rescatado con la vida pendiendo de un hilo. La gravedad de sus heridas repercutió en una nueva caída al coma, del que no lograría salir hasta seis meses más tarde. Mientras, horas más tarde, Gagarin aterrizaba sano y salvo con la propaganda soviética confirmando que había estado ahí arriba y no había encontrado a ningún Dios.
Los Estados Unidos, derrotados nuevamente, decidieron encubrir todo el incidente del lanzamiento de The Boss y achacaron sus heridas a un accidente durante las pruebas nucleares en la Bahía de Cochinos. Para la humanidad, su viaje nunca habría existido. Oficialmente la URSS había sido la primera en completar el primer viaje tripulado por un humano al espacio.
Metal Gear Briefing 001: Voyevoda
Metal Gear Briefing 002: Cobra
Metal Gear Briefing 003: Mercury Lady
Metal Gear Briefing 004: Virtuous
Metal Gear Briefing 005: Snake Eater
Metal Gear Briefing 006: Shagohod