Ya, lo entiendo, muchos seguís con la Beta de Destiny, y no es para menos. Como comentaba la semana pasada, el juego está cumpliendo y superando todas las expectativas que pudieran desatarse de una simple Beta del mismo, enganchando a los usuarios de tal forma que, seguramente, se haga muy larga la espera hasta que el próximo día 9 de septiembre salga finalmente el juego a la venta.
Sin embargo, algo me ha hecho alejarme del éxito del momento, de la moda de la semana. Tal vez sea el hecho de estar influenciado por una fuente de conocimientos históricos muy elevada, pero el caso es que, tras el buen sabor de boca que me dejó Valiant Hearts: The Great War, tengo ganas de empaparme de contextos más veraces que de normal, y por eso he vuelto a desempolvar en mi estantería Assassin’s IV Black Flag
Confieso que no es del Assassin’s Creed que más me ha gustado de todos los que he jugado, pese a que reconozco su calidad y su buen hacer en muchas de las facetas que esgrime el juego. Sin embargo, la apertura del título hacia una aventura en alta mar me dejó un sabor agridulce, algo engañado tal vez por la promesa de algo que al final no llegó a materializarse del todo, y era una libertad en forma de espejismo por las limitaciones que se iban descubriendo a las pocas horas de entrar en juego.
A cambio, el contexto histórico era interesante, con los corsarios repudiados por la corona británica convertidos en piratas que trataban de escapar del acoso de las potencias coloniales europeas, sobreviviendo gracias a los asaltos que realizaban a las naves mercantes que cruzaban las islas del Caribe. Algo de lo que Ubisoft siempre cuida y que es seña de identidad de la casa. Tal vez por eso tenga ganas de volver a jugar, y tal vez por esa razón ya ardo en deseos de vivir a través de la pantalla la Revolución Francesa con el próximo Assassin’s Creed Unity.
Me ha llevado un año entero, pero la inminente llegada de la segunda parte, me ha dado el empujón definitivo hace ya un par de semanas para dar el pistoletazo de salida y comenzar la primera partida de Tales of Xillia.
Cabe destacar que he empezado con la historia de Jude, que según me comentan es la más aburrida de las dos, o al menos que resulta mucho menos interesante que el juego desde el punto de vista de Milla, en el que se rellenan unas cuantas lagunas de bastante importancia… pero para averiguar eso ya me falta poco.
Realmente es curioso, porque no ha sido hasta haber terminado Tales of Symphonia y Tales of Symphonia: Dawn of the New World que me haya plantado el empezar este gran juego. Se nota el paso del tiempo, el sistema de combate, aunque sigue teniendo la misma base, mucho más depurado, manejable y asequible.
Con suerte, teniendo en cuenta que voy a por el Platino, me quedan mínimo una o dos semanas de juego más, aunque entre unas cosas y otras andaré por las tres cuartas partes del recorrido a falta de la segunda partida con Milla…
La verdad es que después ya no se me ocurre a qué voy a jugar. Por falta de juegos no será, pero realmente no me decido por uno en concreto. Tampoco quiero empezar ahora directamente Tales of Graces F, que lo tengo ahí en la estantería pero no quiero meterme en otro tan largo con Tales of Xillia 2 a la vuelta de la esquina. A lo mejor me animo a terminar la historia principal del Max Payne 3, que sigo teniéndola a medias.
La beta de Destiny. Ese oasis en el desierto veraniego que ha vuelto loco a medio planeta de la familia PlayStation. Llego tarde, soy consciente de ello, pero cuando no se tiene una PS4 en casa hay que recurrir a estrategias de toda índole para conseguir que alguien te preste una. O coger la que está en la oficina y aprovechar el fin de semana para llevarla a casa y disfrutar de uno de los fenómenos recientes más comentados en la red.
Bungie, vieja conocida para algunos, está preparando algo grande. Se nota nada más arrancar la beta. Todo está cuidado hasta el extremo. Doblaje al español perfecto, estabilidad por bandera y mimo en cada detalle. Los que conocemos la franquicia Halo sabemos que Bungie se toma en serio su trabajo. Los fanáticos incondicionales de Sony no van a tener más remedio que reconocer la influencia de la saga del Jefe Maestro en aspectos como la jugabilidad, por mucho que les duela.
Es cierto que se trata de una simple beta, pero ha conseguido cautivar casi a todo el mundo. Lo poco a lo que he podido jugar me ha dejado un buen sabor de boca, y eso que no soy muy aficionado al juego en línea, con desconocidos. Si me gusta, y mucho, el juego cooperativo con mis contactos de PSN o de LIVE, por lo que eso de formar una escuadra con Manu o Ricardo hace que las horas pasen rápido y las conversaciones terminen aleatoriamente.
Además de la beta de Destiny, durante estos días estaré pendiente de la Comic-Con de San Diego para ofreceros las noticias sobre videojuegos que allí se puedan producir. El evento está más centrado en el cine y en los cómics que en los juegos, pero son varias las grandes compañías que apuestan por mostrar vídeos y nuevos materiales promocionales de sus grandes propuestas.
Tras mi sesión retro del pasado fin de semana, en este que comenzamos mañana he optado por algo más clásico, World of Warcraft. Sin embargo será más especial, visitaré de nuevo Outland gracias a la expansión The Burning Crusade y a la beta de Warlords of Draenor que poseo desde hace unos meses. Tengo la posibilidad de poder revivir aquella mítica y primera expansión y pienso aprovechar la oportunidad junto con nutrido grupo de españoles. Eso sí, también puedo disfrutar de la primera versión del juego, así que no sé cuál escogeré.
Recuerdo mis primeros pasos en Azeroth. Nada más lanzarse el juego se podía disfrutar de él mediante una prueba gratuita de 14 días si mal no recuerdo. Recuerdo que me creé un elfo de la noche, ya que ese colorido que tenían me llamaba mucho la atención. Cuando entré por primera vez en el mundo de World of Warcraft, y más concretamente en Teldrassil, aluciné pepinillos con esas casas en los árboles, todo tan detallado y lleno de vida, los animales correteando por el escenario, más jugadores dándole al vicio. Lo mejor llegó cuando vi el primer guardián de la zona. Un imponente árbol que la cámara no podía captar totalmente y que me obligaba a alejar esta si quería verlo completamente.
Más adelante (y también con la Alianza), sufrí lo insufrible en Westfall. Con aquellos robots de paja, los gnolls dando por saco, los pajarracos rojos o Deadmines, una imponente estancia para cinco jugadores en la que ya acabé de flipar del todo. Eso sí, con el juego ya comprado rectifiqué y me hice aquello que molaba, un Horda. Así fue como Huesillos nació. Un mago No-muerto que repartía estopa como el que más y con el que disfrute como un cochino. Recuerdo mis primeros pasos por aquellas míticas raids o cuando entré por primera vez en Karazhan después de realizar su serie de misiones.
Tengo gratos recuerdos de aquella época. De cómo logré derrotar a uno de los mejores bosses de la historia de Warcraft, Illidan Stormrage, de la indescriptible sensación que me producía entrar en Black Temple o de cómo superar todos y cada uno de los bosses de Sunwell Plateau cuando casi nadie había logrado pasar de Brutallus o Felmyst. Por eso espero con ansia esta nueva expansión y por eso aún sigo jugando a World of Warcraft en The Burning Crusade exclusivamente.