Impresiones Bloodborne

David Hernández · 29 diciembre, 2018
Se acerca el reto más difícil de superar en PS4

El género del terror ha resurgido gracias a la llegada de técnicas audiovisuales que ponen en práctica los nuevos procesadores gráficos, dejando de lado el terror psicológico de antaño para dar cabida a un espectáculo de corte visual donde el miedo es más cuestión de vista y oído. Desde las creaciones de From Software se ha sabido plasmar un componente artístico sin igual enmarcándolo dentro de una ventana visual donde con Bloodborne se regresa a la moda de la ambientación gótica, potenciando el inconfundible estilo victoriano, que se presta bastante bien para mostrar un terror más contemporáneo.

Hay mucho de Demon’s Souls y Dark Souls en Bloodborne, pero todo bajo una dimensión propia. Contar con el director original de aquellos proyectos en el nuevo Bloodborne es marca distintiva de que los caminos, aún no rozándose, si van de forma paralela en un formato jugable que no difiere demasiado y que sigue contando con la máxima dificultad por bandera. Quizás From Software sea de los pocos estudios japoneses que se han sabido amoldar a la tendencia más occidentalizada del género, que exige cambios y títulos de autor alejados de las limitaciones propias de licencias auspiciadas por grandes compañías.

Sony ha dado libertad absoluta a From Software para Bloodborne, aunque Japan Studio ha colaborado en un producto con un presupuesto que no ha escatimado en ofrecer un apartado audiovisual de escándalo. Bloodborne es grotesco, un ejemplo del mal gusto llevado al disfrute absoluto, que ofrece una ambientación victoriana, ciertamente tétrica, que dibuja un compendio artístico soberbio que provoca respeto desde la primera línea de código.

No estamos ante un juego de digestión fácil, y sólo un nicho muy particular de mercado abrazará a Bloodborne como producto de culto. Gran parte de ellos procederán de aquellos que disfrutaron a su manera de Demon’s Souls y Dark Souls, pero con una serie de cambios que dotan al producto exclusivo de PlayStation 4 de cierto aroma personal y único.

El cambio más sustancial al que se enfrentarán los jugadores será el sistema de combate, mucho más agresivo y directo, que exige una menor participación defensiva del usuario y un mayor empuje al ataque, algo que podría encasillar al título en un vago hack and slash al uso en ciertos momentos de varios enfrentamientos. De este modo, aunque existan escudos, todo está más centrado en las armas que se porten y en el combate cuerpo a cuerpo. Y es que las magias han perdido gran protagonismo en esta aventura, en una forma de sintonía respecto a la ambientación victoriana y menos de fantástica medieval que hemos visto en los títulos anteriores de From Software.

Pero en la hora de juego que pudimos disfrutar de Bloodborne se pudieron atisbar otros aspectos a reseñar como las opciones de personalización en la creación del personaje al principio del juego. Muy en línea de Dark Souls II, crearemos nuestro alter ego pudiendo elegir su complexión física, edad y otros parámetros que parecen podrán influir en el crecimiento del héroe a lo largo de la aventura. No es complicado controlar al personaje, dado que se ha escogido un control intuitivo con las acciones principales de ataque definidas en los botones frontales y gatillos, delegados otros menesteres en la disposición de objetos y magias a la cruceta.

La interfaz de juego es limpia, fusionándose con el entorno, evitando mostrar ningún mapa y simplemente situando una barra de vida y energía en la zona superior, y varias casillas de pociones y munición acompañando nuestro viaje sin retorno. Se dice que el producto final ofrecerá más de 40 horas de juego, y es que en nuestros 60 minutos apenas logramos avanzar demasiado lejos, aunque si tuvimos la oportunidad de conocer la zona central del refugio del sueño y los callejones de la ciudad de Yharnam que yacen envueltos en una enfermedad endémica capaz de ofrecer panorámicas de órdago. Los enemigos que pululan son capaces de asustar al jugador más experimentado debido a su excelente acabado gráfico, con físicas propias en sus ropas y en partes concretas del cuerpo.

Bloodborne también incluirá un modo cooperativo y competitivo, en modos de juego que exigen que la comunidad de usuarios se alíen para superar el enfrentamiento concreto con una criatura, o bien la conquista de mazmorras. Algo que no pudimos probar fueron las llamadas Chalice Dungeon, mazmorras aleatorias que pueblan el subsuelo de la ciudad y que exigen una destreza mayúscula del jugador, en entornos más cerrados y de carácter cooperativo, adaptándose los enemigos y trampas al número de jugadores y armas equipadas.

Visualmente Bloodborne es un escándalo, con un peso artístico sublime, un trabajo de gran valor inspirado en ciertas obras artísticas ambientadas en la época. Esto provoca que los modelados de los personajes y enemigos se hagan parte del escenario, sin desentonar, arropados por un sistema de iluminación notable y una IA imprevisible. Y mientras el aspecto visual ofrece una experiencia de producto muy satisfactoria para la vista, el apartado sonoro es simplemente sobresaliente, no sólo por su conseguido doblaje al castellano con el que se comercializará el juego, sino por una banda sonora compuesta por Michael Wandmacher, incluyendo los clásicos coros y violonchelos característicos de una ambientación gótica.

Bloodborne se proyecta como un compendio artístico sobresaliente en el aspecto audiovisual pero bajo un producto difícilmente digerible en ambientación y dificultad, todo un reto para usuarios experimentados que busquen algo más que promesas comerciales. Hereda la mayoría de los aspectos de Demon’s Souls y Dark Souls, marca otras señas propias, pero su valor añadido es tan amplio como para comenzar un camino propio. Hay mucho que descubrir, pero la satisfactoria pesadilla inicial de Bloodborne se puede convertir en uno de los títulos exclusivos más importantes hasta la fecha, pero no apto para el público general.

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