Han pasado ya unas cuantas horas desde que apagara la consola tembloroso, con el vello erizado y el alma encogida por lo que había terminado de ver. Me hubiera sido imposible empezar entonces este texto, la crítica a un videojuego que no es uno más en mi lista, que no ha sido una obra más que trabajar dentro de todo lo que comprende mi profesión. Cuando lo sostuve por primer vez en mis manos hace poco menos de una semana recordé cómo viví su anuncio en 2009 a través de la pantalla del ordenador, cómo durante años me uní a esa intranquilidad por la amenaza de cancelación que sobrevolaba el ambiente, y cómo en el año 2015 todo un estadio se ponía en pie a mi alrededor al ver, simplemente, una pluma caer. The Last Guardian, sin quererlo, llega ya convertido en leyenda antes de ser jugado; alimentada por los anhelos y temores de quienes no podían borrar de su mente la secuencia de un niño junto a su incalificable bestia alada, pero también por la huella que ICO y Shadow of the Colossus antes que él habían dejado en la memoria de más de uno.
Dentro de The Last Guardian vive algo de esos dos títulos. En parte lo visual, que se hace evidente por su bella sencillez y simpleza; pero también lo sentimental, que traspasa la pantalla para acariciarte suavemente las mejillas o golpearte en el estómago sin piedad, según se tercie. Jugarlo requiere, como en esas dos aventuras, de paciencia, calma y serenidad; cualidades las exigidas que lo alejan de ser la “comida rápida” que gobierna las listas de ventas desde siempre. Y es que las sesiones cortas de juego le sientan mal, y solo se logra llegar a cada clímax de empatía en la carrera de fondo, en esas tardes triviales sin distracción alguna.
Trico lo necesita para que lo puedas entender. El mitológico animal, mitad ave mitad felino, es el catalizador de las intenciones de Fumito Ueda de hacer sentir al jugador curiosidad, miedo, preocupación, amor y sufrimiento. De provocar en la persona que tenga el mando en la mano muecas que sean el reflejo de todos esos sentimientos. Cada salto de regocijo te hará sonreír, como si fueras tú el beneficiario de ese estado; cada aterrizaje en el que el suelo se desmorone te hará empujar con todas tus fuerzas hacia adelante, como si fueras tú el que lucha por no caer al vacío; cada lanza clavada en su lomo te dolerá, como si fueras tú el perforado por ese arma. Este ser ha debido suponer el mayor reto profesional al que se ha enfrentado el creativo japonés en toda su vida, y ahora se justifican los problemas en la concepción y todo lo que derivó después, como su abandono del estudio para trabajar en condición de independiente. Nunca antes he visto que una inteligencia artificial rozara la perfección como lo hace la de Trico y que me hiciera mirar la pantalla como si lo que hay tras ella pudiera, de alguna manera, reaccionar a lo que yo siento.
The Last Guardian plantea de forma magnífica puzles de plataformas cuya respuesta no es en absoluto evidente. Ueda reniega del videojuego moderno en su vertiente más comercial, de los brillitos en salientes y colores en alto contraste que suelen indicar el camino correcto. Le pide al usuario que se estruje el cerebro para averiguar hacia dónde y cómo hay que dar el siguiente paso.
Por delante, un inmenso laberinto de construcciones solemnes que se mantienen impertérritas al paso del tiempo. Sigue ahí el misterio y el asalto de preguntas en cada nuevo emplazamiento o artilugio misterioso. ¿Dónde estoy? ¿Hacia dónde voy? ¿Cómo puedo salir de aquí? Serán preguntas constantes cada poco, y no solo en el plano más trascendental, sino en todo lo que tiene que ver con el “aquí y ahora”. The Last Guardian plantea de forma magnífica puzles de plataformas constantemente, y cuya respuesta no es en absoluto evidente. Ueda reniega del videojuego moderno en su vertiente más comercial, de los brillitos en salientes y colores con alto contraste que suelen indicar el camino correcto. Le pide al usuario que se estruje el cerebro para averiguar hacia dónde y cómo hay que dar el siguiente paso. Una tarea ardua y frustrante en ocasiones, pero satisfactoria al máximo cuando se da con la respuesta adecuada.
En cambio, The Last Guardian es tosco en su control y pertenece a otra época. Durante meses he criticado que Team ICO y Ueda ignoraran la evolución de las plataformas en tres dimensiones para acabar de cerrar su proyecto, pero mi visión ha cambiado algo durante las quincehoras aproximadas que he tardado en terminarlo. El juego necesita del salto libre e impreciso y no del automatizado para que entiendas que solo Trico te va a poder ayudar, él y nadie más. El resto depende de tu habilidad e ingenio, de saber si la ruta escogida es la correcta y no otra. Por contra, donde el juego falla estrepitosamente es en la cámara. Muchos dirán que su terrible funcionamiento se debe a querer escenificar que semejante animal apenas puede deambular por los recovecos del lugar, pero no es así. La imposibilidad de ver lo que ocurre en ocasiones, de no poder girar el plano hacia donde uno quiere o los constantes reinicios de posición ante situaciones imposibles frustran y rompen toda la magia que tiene que ofrecer el binomio formado por el chico y el ser alado.
[RELACIONADO=10 años de The Last Guardian]
Pero quiero quedarme con lo bueno, con todo aquello que hace que este título no vaya a desaparecer de mi mente nunca. Vuelvo al principio del texto ahora, a esa explosión de emociones al final del viaje, a la sensación de que el tiempo gastado me ha permitido vivir una historia que de ninguna de las maneras debía haberme perdido. Me alegro de haber conocido a Trico, de haber compartido el aprendizaje mutuo, de haber visto en él acciones y movimientos que cualquier gato podría hacer. Quiero más juegos como éste, que emocionalmente me recompensen y me arañen sin distinción, que me engañen y casi me hagan creer que lo que tengo frente a mí existe. Quiero dar rienda suelta a mi empatía y que me den motivos para no olvidar el juego que sale de mi consola. Quiero, definitivamente, más juegos como The Last Guardian.