La trilogía spin off de los Assassin’s Creed llega a su fin. Tras el análisis de Assassin’s Creed Chronicles China y el análisis de Assassin’s Creed Chronicles India, el último fragmento del Edén parece encontrarse en Rusia, en plena revolución bolchevique de 1918 y con la familia del zar dando sus últimos bandazos antes de desaparecer para siempre. La sangre, las pancartas, y una San Petersburgo patas arriba con trenes en todas direcciones y la imponente silueta roja de la iglesia del Salvador de fondo abren el telón de este tercer y último acto de la que ha sido una subserie interesante y muy bien de precio, pero sin alcanzar las cotas sobresalientes que muchos esperaban.
Nikolai Orelov es el Assassin más mayor y cercano en el tiempo que hemos conocido. Un hombre con más motivaciones que el espíritu sanguinario de otros jovenzuelos y menos maduros protagonistas, un padre de familia que se ve envuelto en la misma cruzada que vivieron Ezio, Altair, Connor, los hermanos Frye o Kenway. Con un absoluto y lógico continuismo respecto a China e India, este Assassin’s Creed Chronicles funciona como el último paquete de niveles de la trilogía, que estoy seguro de que verá la luz en formato físico y que es totalmente recomendable -aquí sí- en su edición de PlayStation Vita que, si los planes siguen adelante como estaban previstos, saldrá en abril.
Las calles, azoteas e interiores rusos adaptan el gameplay de los Chronicles a un siglo XX donde abundan las armas de fuego, hay cables cruzando los horizontes, trenes en movimiento y hasta teléfonos que Nikolai puede hacer sonar para distraer la atención de los siempre fanfarrones y bastante tontos soldados rivales. El plataformeo marcado de China y el sigilo obligado característico de India se convierten en Russia en algo más de acción y frenetismo. Éste es el Chronicles más dinámico de los tres y, probablemente, donde más bajas causaremos. Parte de culpa de todo eso lo tiene el hecho de que el nuevo Assassin vaya bien armado con fusil desde los primeros saltos, con un sistema de puntería muy práctico y sencillo que también sirve para ejecutar movimientos con la otra novedad, el garfio de cuerda tensada.
Las nuevas mecánicas también beben de AC Syndicate, con paneles e interruptores a tocar con este gancho capaz de activar y destrozar a distancia, o rápidas secuencias encima de un tren en marcha. Como siempre en esta subsaga, el rojo marca los puntos de interacción y el camino a seguir, lo que en esta estética mayoritariamente en blanco y negro es una delicia pictórica que dota de total identidad al título frente a sus compañeros. Desde luego, si algo han conseguido los Assassin’s Creed Chronicles, es cargar de respeto estético cada cultura. Trazado de pincel chino para el primer juego, colores saturados de aroma hindú para el segundo y aspecto propagandístico y panfletario, de periódico manchado de sangre, para este tercero.
Que el siglo XX tenga electricidad y que todo el país del vodka se vea sacudido por la revolución en las calles interviene de lleno en la jugabilidad, aunque es cierto que quien venga de los anteriores episodios va a percibir este nuevo conjunto de niveles de preferente sigilo muy, muy conservador y sin novedades de verdadero peso. Los tutoriales son un poco más directos y explícitos, menos pesados, una acertada decisión de Ubisoft consciente de que quien juegue a Russia seguro que tiene también alguno de los anteriores. Las conexiones históricas, por supuesto, vuelven a ser el otro gran puntazo del producto, con un Nikolai que debe empezar salvando a Anastasia de la traición rasputiniana y el caos desastroso que vivirá su familia. Y, sorpresa, la pequeña de los Romanov también protagoniza algunos actos y es controlable.
Fidelidad histórica, estética marcada y cuidada, gameplay algo más intenso… Hasta aquí todo bien, y previsible de un tercer acto. Pero, como ha ocurrido en toda la subsaga Chronicles, uno de esos puntos que no convencían en China e India y que sigue repitiéndose en Russia es el de los picos de dificultad o situaciones a resolver obligatoriamente de una única forma. La amenaza constante de que se desincronice el Animus o de que cosan a balazos a nuestro hombre no deja actuar nunca de forma creativa o más allá de lo que el juego quiere que hagamos. Si hay un segmento de sigilo, ese segmento es de sigilo. Si hay que pegar un tiro a un soldado, no hay otra forma de seguir adelante que pegándoselo. Y esto, que no ocurre en los Assassin’s Creed «grandes» porque hay varias formas de resolver cada encargo, es un lastre para esta serie que, finalmente, la ha caracterizado, especialmente en la primera mitad de niveles, que actúa de tutorial.
Las bombas de humo, los hurtos, los soldados dormidos junto a los que no hacer ruido, los campos de visión cónicos y circulares, o las puertas con cerradura débil son elementos que, cómo no, están en Russia también. Se añaden ascensores y nuevas formas de escondite en coberturas, lo que genera situaciones interesantes y algunos puzles nuevos para no ser vistos, pero el avance a través de los largos y bastante bien diseñados niveles es el de siempre. Igual de bien funciona la rejugabilidad, aquí un poco más apetecible por el mejor ritmo general y la posibilidad de completarlo matando a todos o no matando a casi ninguno. Hay Nueva Partida +.
Lo que sí me ha llamado poderosamente la atención y para bien de AC Chronicles Russia es la música. Creo que el mejor trabajo de banda sonora de los Chronicles está aquí, y eso que China e India nos hicieron viajar muy bien con sus melodías y folclóre. Pero lo de esta revolución roja y gris realmente queda para el recuerdo y emociona. De nuevo, doblaje solo en inglés y subtítulos en castellano. Sin cambios en eso, igual que con mantenimiento de las secuencias cinemáticas entre niveles con imágenes estáticas, solo que ahora adaptadas a un estilo más fotográfico y de época.