La Materia Oscura: Calavera, de Wolfenstein The new order
Un enemigo de armas tomar, y encima es nazi
Como en anteriores artículos de esta sección, aventurarse entre sus líneas supone aceptar la necesidad de spoilers para narrar los hechos y circunstancias del personaje que nos ocupa, narrando su historia y devenir a lo largo de varios videojuegos que lo llevaron al lugar que ahora ocupa como némesis de un gran héroe que abrió las puertas a lo que hoy conocemos como los shooters en primera persona, ni más ni menos que B.J. Blazkowicz, protagonista de la saga Wolfenstein.
“Capitán Blazkowicz, sé mucho acerca de usted.
Ambos tenemos el mismo nombre, Wilhelm, William,
pero usted me llama Calavera.
No me gusta, soy un hombre feliz, ¿no lo ve?.
No suena bien en inglés, dígalo correctamente.
Toten…kopf.”
El ‘bueno’ de Wilhelm Strasse llega al clímax de la historia que nos rodea contando con una edad bastante redonda, ya ha cumplido los cien años y aun se mantiene más en forma de lo que nos gustaría comprobar en un hombre de su edad, que nos lleva dando quebraderos de cabeza los últimos diecisiete años, desde que lo conocimos durante el desarrollo de los hecho contados en Return to the castle Wolfenstein. Alemán de pura cepa, de un metro y sesenta y siete centímetros de altura, prácticamente escuálido por sus cuarenta y ocho de kilos de peso, resulta contradictorio que ante nuestro héroe de gran masa muscular este hombrecillo que poco puede aportar a la pureza genética de la raza aria (tampoco lo pretende, cree en la superioridad de la máquina sobre la carne), resulte apenas un rival digno de mención pero es justo todo lo contrario. Esto se debe no sólo a que forma parte de las Fuerzas Armadas alemanas sino que nos encontramos ante un científico e investigador de enorme talento que en su faceta de médico dirige el Departamento de Servicios Especiales de las Schutzstaffel, las temibles S.S. Su verdadero poder reside en su propia mente enferma que ha dado nacimiento a sus viles creaciones.
Bajo su mando el Departamento centrará sus esfuerzos en el desarrollo científico pleno, alejado de las herencias místicas que recibirá en un principio por orden del jefe supremo de las S.S., el mismísimo Heinrich Himmler (personaje histórico real), que durante Return to the castle Wolfenstein estuvo bastante interesado en ello. Calavera por el contrario va a realizar sus experimentos en un plano más cercano a la realidad, buscando aprovechar la tecnología para realizar creaciones sorprendentes e incluso macabras, en su intento de proveer de armas incontestables al esfuerzo de guerra del ejército alemán y para mayor gloria del partido nazi al cual pertenece.
Si bien nuestro primer encontronazo con Wilhelm Strasse nos dejará con ganas de más al escapar de nuestra ira, su aparición como villano secundario en la entrega ya citada solo le abrió el camino hacia una mayor glorificación de su maldad que fue mostrada en su máxima expresión en los dos siguientes juegos en los que participó, ya sí, como el principal enemigo a combatir por Blazko. Ha sido ascendido a Obergruppenfuhrer, General, en sustitución del anterior poseedor del cargo, Viktor Zetta, y también se está enfrentando a la resistencia del pueblo alemán personalizada en el Círculo de Kreisau, con Caroline Becker a la cabeza. Habiendo hecho prisionera a ésta e investigando sobre los estudios de Zetta acerca de una nueva tecnología, el Velo, que le permite abrir portales interdimensionales, Calavera es capaz de crear uno de ellos a la dimensión del Sol Negro donde pretende desplegar un arma que ataque desde allí. Planea probarlo sobre Isenstadt contra los ejércitos aliados pero Blazkowicz no lo va a permitir y en sus esfuerzos por liberar a Caroline conseguirá destruir el arma y dejar muy dañado el zeppelín donde viaja Strasse, provocando que se estrelle y haga un teórico viaje hasta la muerte. Pero como bicho malo nunca muere, Calavera resurge de los restos del aparato gritando por haber sido derrotado, toda una promesa sobre su regreso para una vuelta más de tuerca.
Los hechos narrados en la última entrega hasta el momento de la saga Wolfenstein transcurren en lo que denominamos un ejercicio de historia contrafactual, aquellos que podrían haber sucedido de haberse visto alterado alguno o algunos de los acontecimientos que transcurrieron realmente a modo de ¿y si…?, donde los alemanes terminaron venciendo en la Segunda Guerra Mundial y se generó una realidad alternativa a la nuestra. Todo eso se debió a la participación de Calavera en el desarrollo de las armas que le dieron superioridad a Alemania en el conflicto, como el uso de gigantescos robots que resultaron imparables para el esfuerzo aliado.
Llegados a este punto y con Alemania ganando terreno a marchas forzadas, nos hallamos en 1946 metidos en pleno asalto a la fortaleza donde se oculta Calavera. Subidos en un bombardero de largo alcance que debe ponernos en buena situación para acometer el ataque, acompañamos al piloto Fergus Reid tomando el control de B.J. Blazkowicz. La llegada a la cabeza de playa ya va a ser accidentada de por sí y por el camino tomaremos contacto con el otro secundario que marca el devenir de la narración, el joven soldado Probst Wyatt III. Sobre un terreno pedregoso con una fortaleza construida sobre el lecho rocoso de un lugar cercano al mar, tendremos la oportunidad de volver a encontrarnos con nuestro alter ego más mortal que nos hará prisioneros y nos llevará a tomar una difícil elección que nos marcará de cara al futuro. Strasse hace gala de sus más bajos instintos y demuestra que no hay nada que se le ponga por delante a la hora de mutilar y torturar a un ser humano que no le sea de mayor utilidad. No solo se adueña del cerebro de uno de nuestros compañeros sino que antes ha añadido sus ojos a una particular y macabra colección.
Justo a continuación, Calavera nos deja a merced de una muerte provocada por el fuego de un incinerador. La huida en compañía de los pocos supervivientes de la incursión es accidentada hasta el punto de recibir el impacto de una esquirla de metal que se aloja en la cabeza de Blazkowicz y le hará pasar por un calvario de catorce años recluido en un sanatorio de Polonia, en un estado casi vegetativo. Allí seguiremos siendo testigos de los largos tentáculos de la red tejida por Wilhelm Strasse pues no dudará en sacrificar a internos del centro de forma periódica, hasta el momento de determinar el cierre definitivo del lugar justo cuando las heridas cumplen su ciclo curativo y podemos volver a recuperar nuestro control motor en pleno 1960.
La vuelta a la “normalidad” no es nada fácil para nuestro héroe puesto que rápidamente descubre que casi todo lo que le importaba, y por lo que con tanto ahínco luchaba, ha desaparecido. Poco a poco las esperanzas se van recuperando cuando se reencuentra con una Caroline Becker en silla de ruedas y lo poco que queda del Círculo de Kreisau, tras haber rescatado de prisión a un viejo amigo. Frau Engel y su mascota humana Bubi serán un recorrido previo a volver a encontrarse con Calavera para intentar que esta vez sea la definitiva.
Volver a la fortaleza de Wilhelm Strasse no es un camino sencillo, por el recorrido habremos sacrificado a amigos y enfrentado alguno de los mayores horrores que han salido de la mente del sádico médico alemán. Cuando nos reencontramos con él lo hayamos tras un grueso cristal antibalas, con una estantería de cerebros, arrebatados a sus dueños, a su espalda.
Creo que hoy nos vemos por última vez.
Capitán Blazkowicz, sigue luchando después de todos estos años.
Recuerdo a su amigo. Me deleito en su recuerdo.
¿Se acuerda de él?. Usted no vende más que muerte y destrucción.
Le pido que reflexione, al final seremos juzgados,
no por lo que hemos destruido
sino por lo que hemos creado.”
Calavera elige el cerebro de nuestro amigo, aquel que nos arrebató hace ya tiempo y que en función de nuestra decisión anterior podrá tratarse de Fergus o Wyatt. Lo introduce en un robot completamente mecanizado y lo define como “la inteligencia del cerebro humano fusionada con la eficacia y la obediencia de la máquina”. El enfrentamiento contra el hombre-máquina nos pone contra la espada y la pared, sea cual sea el desenlace perdemos algo querido, lo que queda de un amigo y camarada de armas o nuestra propia vida, no podemos ganar y eso es otra muesca que Calavera se anota en su cuenta personal. Devolver la dignidad perdida a nuestro compañero dándole un final adecuado es solo el paso previo a mirar directamente a la muerte a la cara. Strasse nos respeta pero no nos tiene miedo. Nosotros de él tampoco.
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Wilhelm Strasse puede ser considerado como un demente por muchos motivos pero sobre todo por acumular una serie de características que a pesar de hacerle parecer perfectamente cuerdo le rodean de un halo de maldad inherente. Son innegables su falta de sensibilidad por el dolor ajeno gratuito que infringe a cualquiera que le rodee sin mediar apenas provocación y su crueldad que alcanza límites de sadismo. Si bien la crueldad se define como la respuesta emocional de obtener placer en el sufrimiento y dolor de otros o la propia acción que de forma innecesaria provoca sufrimiento, el sadismo se traduce en una forma extrema de crueldad que puede llevar al extremo prácticas como la sumisión y dominación de un individuo, siendo la tortura una de las formas más comunes así como buscar su humillación.
Ambas forman parte de una concepción de desorden o desajuste psicológico en el afectado que también puede experimentar una completa indiferencia ante el dolor ajeno, lo que se traduce en una indiferencia afectiva que le provocan no llegar a relacionarse con facilidad con los que le rodean. Esa frialdad y rigidez afectiva demostrada por Strasse le hacen mostrarse insensible y falto de modulación emocional, escaso de sentimiento hacia el mundo que le rodea, solo pendiente de sus propios éxitos. Todo relativo a la afectividad como función psicológica que consiste en la valoración personal y subjetiva que un individuo hace de sus propias vivencias y las de los demás. Ya sabemos que el resto parece tener poco o ningún valor, más allá de servir a sus propósitos.
Durante su historia le hemos visto cometer atrocidades, mutilaciones, causar dolor innecesario antes de una ejecución. Sus propias creaciones desvirtúan el valor de las vidas humanas como las conocemos para crear un producto que sirva mejor a sus fines y a los de su patria. No duda en manipular a las personas e incluso revertir sus mentes a un estado involutivo para hacerlas más dóciles, no piensa en las consecuencias de mantener cerebros vivos durante décadas que todavía pueden tener sensibilidades, es un enfermo disociado de la realidad humana, en el fondo es el mayor de los animales, con muy bajos instintos.
Su apuesta por el desarrollo tecnológico combinado con material genético humano le ha granjeado una serie de invenciones bastante grotescas entre las que se encuentran los denominados Lopers y sobre todo el soldado alemán definitivo, el Ubersoldado. Los Lopers los pudimos ver en anteriores entregas de la saga, cabeza, brazos y torso humano y ausencia de piernas, sustituidas por una especie de base basada en generadores Tesla. Son cyborgs altamente peligrosos y el primer intento por parte de Calavera de desarrollar al Ubersoldado. Se les consideró un fracaso en su concepción por gozar de una naturaleza salvaje e inestable.
Los Ubersoldados son la mejor creación mezcla de máquina y hombre que ha alcanzado Strasse. Mediante una terapia química y posteriormente la modificación mediante cirugía, que ha implantado quirúrgicamente partes de acero al cuerpo humano y elementos cibernéticos, dotan a los sujetos de una armadura a prueba de balas. Para controlar mejor su ansia asesina y hacerlos más dóciles a las órdenes, sus cerebros han sido llevados a un estadío más primitivo que les hace mantener sus instintos de supervivencia ante el enemigo.
Pero no son las únicas creaciones surgidas del intelecto de Calavera puesto que ha llegado a crear robots exclusivamente mecánicos con diferentes formas, desde perros de tamaño considerable que se comportan como feroces canes hasta autómatas de gran altura sustentados en múltiples patas y armados de poderosos rayos y lanzacohetes. El máximo exponente de éstos últimos es el London Monitor, al que nos debemos enfrentar como paso previo a enfrentarnos a Strasse en Wolfenstein The new order. Estás grandes armas han sido posibles gracias al robo de tecnología perteneciente al grupo secreto Da’at Yichud, cuyas técnicas han sido halladas por los nazis en depósitos ancestrales ubicados por todo el mundo. Esta tecnología incluso les ha facilitado una temprana conquista de la Luna.
Sobre la torre más alta de la fortaleza acabamos de cerrar una dolorosa puerta a nuestro pasado cuando se escucha el sonido hidráulico de unas compuertas que se abren en el suelo. Un ascensor hace subir un portentoso robot controlado por el mismísimo Calavera. Se digna a enfrentarse cara a cara con nosotros aunque haciendo uso de una de sus creaciones para ganar ese músculo que no tiene ante Blazkowicz. Se cree superior y sin duda lo es. Solo el intelecto (Calavera piensa que apenas es más que un saco de carne fuerte) y la determinación de B.J. le va a hacer sacar ventaja ante su terrible rival al percatarse de la debilidad de la máquina que maneja.
El final de Calavera llega al más puro estilo “desde mi tumba… yo te apuñalo” pues cuando creemos que ya no puede crear más peligro nos sorprende con una desesperada acción en la que apreciamos que ya no siente ni el más mínimo aprecio por la vida y si por conseguir sus fines.
“Nunca me arrodillaré ante usted.” – dice Wilhelm Strasse saliendo de su robot.
“Muy bien, le destriparé de pié.” – no duda Blazko.
Tras cuatro puñaladas en el pecho…
“Qué ingenuo.” – sonríe Calavera.
Saca una granada, retira la anilla y ésta explota.
Calavera muere destrozado, Blazkowicz queda gravemente herido.
Hasta con su último aliento es capaz de dejarnos marcas que nos acompañarán por mucho tiempo, un villano desde el primer momento que nos cruzamos con él hasta el instante en el que casi nos obliga a abandonar esta vida de lucha sujeto a su mano. Un condenado bastardo que provoca que la historia y la épica de nuestros actos se vea multiplicada gracias a su infame presencia.